Un ciclomotor impulsado por una hélice prometía revolucionar el transporte, pero terminó siendo más peligroso que práctico.
A inicios del siglo XX, cuando la aviación estaba en auge y la movilidad personal aún se encontraba en fase experimental, surgió una idea inusual: el Aerothrust. Se trataba de una bicicleta equipada con una hélice en la parte trasera, diseñada para impulsar al conductor sin necesidad de pedalear. Este concepto, aunque innovador, demostró ser más riesgoso que eficiente.
El nombre Aerothrust, que significa “empuje aéreo”, hacía referencia al sistema de propulsión utilizado en este peculiar invento. No solo se probó en bicicletas, sino también en pequeños barcos y automóviles. Sin embargo, su aplicación en dos ruedas generó los mayores desafíos, pues la idea de llevar una hélice girando a alta velocidad en la espalda no parecía del todo segura.
Uno de los principales inconvenientes del Aerothrust era precisamente la seguridad. En una época donde las normas de protección eran casi inexistentes, los conductores se exponían a posibles cortes o accidentes por el simple hecho de acercarse demasiado a la hélice. Además, cualquier error en su funcionamiento podía convertir el vehículo en un verdadero peligro para peatones y otros ciclistas.
Otro problema significativo era la falta de control sobre la aceleración y la estabilidad. La velocidad dependía directamente de la potencia de la hélice, lo que dificultaba frenar o mantener un ritmo constante. En entornos urbanos, donde detenerse con rapidez es esencial, esto hacía que el Aerothrust resultara poco práctico e incluso peligroso.
A pesar de sus fallas, el diseño del Aerothrust permitía alcanzar velocidades entre 30 y 40 km/h, algo considerable para la época. Sin embargo, su rendimiento quedaba por debajo de otros ciclomotores con motores de combustión, los cuales podían llegar a los 50 km/h con mayor eficiencia y sin los riesgos de una hélice expuesta.
El peso también jugaba en su contra. Con aproximadamente 23 kg y un único cilindro, el Aerothrust sumaba una carga considerable en la parte trasera de la bicicleta, afectando el equilibrio del conductor. A esto se añadía la resistencia al viento generada por la propia hélice, lo que reducía aún más su efectividad en comparación con otros medios de transporte emergentes.
Con el tiempo, el Aerothrust se convirtió en un experimento fallido, quedando como una curiosidad en la historia de la movilidad. Aunque la idea de una bicicleta con propulsión aérea sonaba futurista, las dificultades técnicas y los riesgos de seguridad impidieron su éxito.
Pese a ello, este no fue el único intento de integrar hélices a vehículos personales. En años posteriores, se hicieron nuevas pruebas con conceptos similares, aunque ninguna logró establecerse en el mundo del transporte. Al final, el Aerothrust quedó como una anécdota de la evolución de las motos y ciclomotores, demostrando que no toda innovación es necesariamente una buena idea.