Una vida dedicada a su gran pasión por las dos ruedas
Luis Valverde, usuario de Pensión 65, antes competía en bicicletas y hoy las repara.
Cada mañana, al levantarse, mira esa foto que, cual túnel del tiempo, lo lleva hasta finales de los años 50 y principios de los 60, cuando, pedaleando, se comía las rutas largas de kilómetro en kilómetro y todavía le quedaba energía para ayudar a reparar las bicis de sus amigos, aquejadas por los baches de los extensos trayectos.
En la foto a blanco y negro, Luis Alberto Valverde Campos, usuario de Pensión 65, se ve a sí mismo, joven y al lado de otros ciclistas de alta competencia, y lejos de sacarle lágrimas, la nostalgia le dibuja una mesurada sonrisa en su rostro arrugado por el tiempo. En Ilo, a sus 84 años y a pesar de los achaques de la vejez y los apuros económicos, es feliz porque está en su taller, en medio de llaves de tuercas, rayos, pedales, llantas, cadenas y grasa, al lado de bicicletas que, según confiesa, le dan sentido a su vida.
En el barrio de Pampa Inalámbrica, abre su local de reparaciones a las 7 de la mañana todos los días, incluso domingos. Ahí también vive solo y atesora sus añoranzas de la época en la que, tal como recuerda, fue convocado a la selección nacional de ciclismo, oportunidad que no pudo aprovechar por falta de dinero para solventar la logística de entrenamientos y desplazamientos.
Dos carteles con la inscripción ‘Clínica de bicicletas’ se lucen en la puerta de entrada, la cama en la que reposa por las noches está al fondo, medio escondida, la galería de fotos del recuerdo deportivo empapela una de las paredes laterales y las ruedas se multiplican en todo el pequeño local. Ellas son su compañía fiel. Se van, pero siempre regresan, tarde o temprano, buscando recuperar la salud. Luis camina con dificultad, pero opera a las bicicletas con la agudeza de un cirujano y la fuerza de un obrero de construcción, como lo fue en su juventud, en Lima.
“Pertenecí al Club Ciclista Nacional, en Lima. Corrí en muchas competencias, como la prueba Lima-Cocachacra-Lima en 1957, el entonces llamado Premio de la Montaña, con el tramo Club de Regatas Lima-Morro Solar, y también la Lima-Chosica”, recuerda Luis a la vez que ajusta un pedal. “En el Club Ciclista Nacional estuve cinco años. El equipo rival, el club Cachorros, siempre quería ficharme”, evoca el eterno ciclista, quien en Lima llegó a tener un taller de bicicletas en Surco mientras trabajaba instalando grandes tuberías sanitarias.
Nuevo sitio, misma pasión
Limeño de nacimiento, hace 19 años decidió con su esposa trasladar el taller a Ilo, donde formó el Club de Ciclismo Ilo, pero la iniciativa duró solo algunos pocos años. “Ilo es hermoso, pero su gente no bicicletea mucho. Yo antes tenía pesadas bicicletas de fierro. Ahora la gente tiene ligeras bicicletas de fibra de carbono, de aluminio, que no son aprovechadas”, dice algo decepcionado.
Afirma que tiene 13 hijos y que cada uno está en lo suyo. Hace nueve años murió su esposa y desde entonces Luis dedica absolutamente todo su tiempo a las bicicletas. “Las bicicletas son mi vida. El día que ya no pueda repararlas moriré”. Luis expone sus sentimientos sin tapujos. “Ir en bicicleta es algo sublime, pero ya no puedo manejarlas porque sufro de artrosis en las dos rodillas. Sin embargo, compenso ello con la reparación de bicicletas. Es indescriptible la sensación de dejar como nueva una bicicleta que estaba destartalada. Me gustan tanto que incluso las arreglaría gratis”, confiesa.
Son las 6 de la tarde, advierte Luis. Hora de cerrar el taller.
Regala bicis a niños pobres
Luis Valverde Campos aprendió a manejar bicicleta a los 10 años. “No recuerdo haberme caído mientras aprendía. Mi papá nos enseñó a mis dos hermanos y a mí. Nos hacía correr en bici desde San Miguel hasta el Callao. Así nació mi gusto por las largas rutas”, indica el bicicletero más conocido de Ilo.
“Muchas veces a mi taller han venido niños pobres que no tenían bicicleta o que sus papás no podían pagar las reparaciones. Y se ponían a llorar, y a sus mamás les dolía no poder darles ese gusto. En esos casos, les regalaba bicicletas o no les cobraba los arreglos. Y si en este momento viene alguna criatura triste, le armo una bicicleta y se la regalo. Me complace darles eso a los niños porque yo también fui pequeño. Mi padre me compró una bicicleta a los 10 años, y eso cambió mi vida”, señala Luis. Al contar aquello, la nostalgia le gana y la voz se le quiebra. Entonces, busca con la mirada esa foto de su juventud campeona pegada en la pared, y vuelve a sonreír.