Ocurre que, cuando alguien se convierte en leyenda, no lo vemos ya de otra manera. Como si siempre les hubiera acompañado la grandeza. Como si hubieran nacido ya estrellas y no hubieran tenido que pelear por ellas. Es lo que pasa con Valentino Rossi, cuyo nombre ya es ejemplo y seña. Por ello, no está mal recordar el pasado, recorrer sus pasos.
Evocar a Valentino es remontarse a Graziano, el padre que a raíz del suyo propio le abrió el camino a su hijo. A pesar de la rebeldía: “A menudo hacía lo contrario de lo que me decía”, revela Rossi a Moto Revue, que sin embargo sí supo agarrarse a sus buenos consejos. A fin de cuentas, a él le debe el gusto por la velocidad, la pasión por el motociclismo y todo lo que le trajo a él, desde la forma de entrenar hasta la personalidad con la que se desenvuelve en él. Una prueba es “la cava”, la cantera que hizo de pista para ambos: “Estaba convencido de que era una gran forma de aprender a controlar la moto. Creo que se adelantó a su tiempo”, confiesa.
La carrera de Graziano es hoy solo una sombra del éxito de Valentino, pero con él comenzó todo. A finales de los ’70 alcanzó su mayor gloria, una gloria cortada por una serie de accidentes y lesiones que no le dejaron continuar. El gusanillo por el mundillo se lo dio el entorno, la ciudad de Pésaro, fábrica de Benelli y por ende cuna de pilotos: “Fue la capital para las carreras de motos. En el resto de Italia, los niños soñaban con convertirse en futbolistas, nosotros queríamos ser pilotos”, habla Graziano, recordando aquellos años y las personas que lo protagonizaron, como su amigo Valentino. Con él montó su primera moto de motocross y a partir de ahí empezaron a trabajar codo con codo: trabajaban por la zona para poder costearse todo y desarrollar su pasión, que se vio cruelmente azotada el día en que Valentino murió ahogado en el mar Adriático, de ahí que Graziano le pusiera tal nombre para honrar a su amigo.
Fue a finales de esa década, también, el inicio de esa unión de caminos entre padre e hijo pues, precisamente en 1979, el año en que nació Valentino, Graziano firmó su mejor temporada. Pero al año siguiente volvió a truncarse el sueño, tras sufrir un accidente vio mermada su temporada y a Lucchinelli hacerse campeón. Tras su salida oficial de Suzuki volvió a probar suerte con una Yamaha, en 1982, con la que volvió a sentirse rápido y competitivo. Capricho del destino hizo que el retorno se quebrara: un gravísimo accidente en las ‘200 millas’ de Imola casi hace que ni lo cuente. Razón por la que decide retirarse definitivamente como piloto de motos. Casi como encarando a su destino, Graziano se dejó crecer el pelo, desembocando en una trenza que jamás cortó hasta el día en que su hijo se convirtió campeón en la grande de las categorías, 500 cc.
Pero Graziano si bien se retiró como piloto no lo hizo de su afición. Así Valentino creció jugando en un taller, subiéndose a su primera moto con tan solo 2 años: “No necesitaba que le hablara mucho. Era muy atento y lo entendía todo muy rápido. Ya tenía instinto de piloto”, relata el padre. A Stefania Palma, su madre, al principio le atormentaba la idea, hasta que pudo ver cómo se desenvolvía con sus propios ojos: “Tenía miedo, pero me di cuenta de que lo hacía de manera muy natural”.
El nacimiento de la leyenda
Valentino aun siendo un niño lo tenía claro y de bien pequeño ya le insistió a Graziano para hacerse con una de esas mini-motos tan de moda. Recuerda ese día. Al igual que aquellos circuitos o esas pistas improvisadas en los aparcamientos de los supermercados y, cómo no, su primera carrera con ella, durante el verano de 1991 en Miramare. En ese verano le sucederían muchas más, acumulando hasta 15 victorias. Entonces ya lucía el número 46, el mismo que llevaba su padre cuando ganó su primer gran premio. Rossi recuerda aquellas locas carreras: “Siempre éramos cuatro o cinco en la pelea, luchando carenado contra carenado, rozándonos en cada paso… Me enseñó a ser agresivo, a pelear y doblar a los demás”.
Aquella moto se le quedó pequeña y se lanzó a por más. Convenció a su padre para acudir a una prueba en Misano con la Aprilia 125 Futura, vestido con un mono suyo y el casco réplica de Schwantz. Rossi recuerda ese primer contacto: “No fui rápido, ni mucho menos. Tenía más ganas de luchar contra la moto que contra mis oponentes. Al igual que con la Aprilia que probé en Misano, tuve la sensación de conducir un enorme monstruo”.
En 1993 comenzó el trabajo de verdad, tenía 14 años y ya podía correr en la Sub 21 de 125 Sport Production de Italia. Su estreno, si bien modesto, no le frenó para ir más allá al año siguiente. Gracias a los contactos de su padre pudo establecer relación con Castiglioni, propietarios de Cagiva, y contar en consecuencia con material de primera. En este corto campeonato, en el que no logró puntuar en la primera carrera, comenzó a despuntar, sumando los suficientes puntos para proclamarse campeón, sucediendo a nombres como Biaggi oLocatelli.
Con el campeonato llegó la promesa de Aprilia, se hizo amo y señor del campeonato italiano mientras competía en el europeo. Su debut en el campeonato del mundo llegaría tres años más tarde con la misma marca, en el que tras 10 carreras con un tercer puesto como mejor resultado llegó la primera victoria, en el Gran Premio de la República Checa. Al año siguiente dio el salto al equipo oficial, consiguiendo su primer título mundial y ganando un total de once carreras. Fue, ya sí, el comienzo del mito que, aún hoy, sigue haciendo historia.
Fuente:MotoGP / MotoSan